E
“Hay un límite más allá del cual
la tolerancia deja de ser virtud”.



Edmund Burke
En este sentido es importante el daño que los fanatismos de todo tipo pueden infligir a nuestras sociedades y así, no podemos dejar pasar al más acuciante y actual que amenaza muy seriamente nuestra civilización cristiana: el fanatismo religioso, del que minorías fanáticas y radicales, son extremadamente intolerantes y peligrosas con los demás, llegando hasta acciones terroristas de muertes indiscriminadas hace unos años, en Madrid, Londres o Nueva York o contra otras comunidades religiosas, cristianas-coptas, últimamente en Alejandría e Irak.

Los fanatismos, las violencias, efectivamente, no deben confundirse, mezclarse o consentirse con la tolerancia. Cada vez somos más numerosos los que pensamos que en ese sentido, los 44 países cristianos de Europa (25 católicos, 10 ortodoxos y 9 protestantes) al amparo de una falsa tolerancia, están “bajando la guardia” ante otras culturas y formas sociales, de siglos antagónicas. La admisión incontrolada, bondadosa o espléndida, derivadas de un paternalismo político interesado y erróneo sobre personas, sin contratos de trabajo, a las que se les “regala” numerosas ventajas en educación, sanidad y subsidios, que producen un efecto llamada –de todos conocido– crean una inmigración insostenible e incontrolada, que unido a una difícil integración de estas personas y con culturas diferentes, pueden a la larga, con la crisis actual, en pocas décadas, crear graves problemas de convivencia hacia radicalismos –como últimamente aparecen en Cataluña– para en un segundo paso exportar terrorismo islámico a la bondadosa y tolerante Unión Europea.

Alemania con casi 4 millones de turcos, Francia con más de 3 millones de musulmanes y España con más de 1 millón de magrebíes y subsaharianos en continuo aumento, representan una avanzadilla de lo que los especialistas en inmigración predicen para un futuro no lejano: un periodo de islamización sobre todo para España, por su proximidad al Estrecho y por las grandes facilidades que se dan para su expansión social, cultural y religiosa. Con todos los respetos que se merecen esas pobres gentes que en principio solo buscan su supervivencia; muchos pensamos –como BURKE– que se está pasando “el límite más allá del cual la tolerancia deja de ser virtud”. Y en consecuencia, deberíamos utilizar más en todos los ámbitos los valores que contienen más respeto, firmeza y prudencia, que tolerancia e intolerancia que conducen siempre a la confrontación y a la violencia.
E
Juan Urios Ten
Coronel de Infantería
Por ello, es necesario distinguir el significado de las palabras en el lenguaje, el tono y contexto en el que son dichas; sobre todo si se trata de ideologías o de personas. Muchos pensamos, que en la actualidad, los conceptos de tolerancia e intolerancia están excesivamente manipulados, adulterados y politizados. Así, aparece, por ejemplo, el eslogan: “Contra la violencia de genero, tolerancia cero” y en cambio nuestra democracia es muy tolerante con la ley del aborto, donde mueren todos los años violentamente miles de niños inocentes e indefensos en las clínicas abortistas. “El tabaco mata”, y el Estado lo vende en los estancos, o la clase política “es tolerante para sí, e intolerante” para la oposición, y viceversa.

Sobre la violencia de género hay muchas vergüenzas que callar, muchas verdades que proclamar, y sobre todo mucho trabajo que hacer por parte de todos, en especial, por los responsables del mundo familiar, cultural, educativo y de salud pública. En este reducido espacio, razones de la complejidad y amplitud del tema, aconsejan solo decir que la violencia de género es el triste resultado del fracaso de unas políticas sociales erróneas, con pérdidas continuas de principios, valores y dejaciones, que año tras año, siglo tras siglo y quizás milenio tras milenio, afectan gravemente a la persona, a la familia y a la sociedad. Así, el machismo, el protagonismo del hombre, su egoísmo y violencia, la desigualdad de derechos con la mujer… han acampado a sus anchas, desde las cavernas hasta nuestros días.

Muchos pensamos que se habla demasiado de “tolerancia y de intolerancia” y poco de “respeto y firmeza”. Personalmente, con mis escasas luces filosóficas, prefiero el respeto a la persona que la tolerancia hacia ella. El respeto presupone comprensión y diálogo pero no reconocimiento y aceptación de la conducta ajena cuando ésta es reprobable o que hace daño a los demás. La tolerancia, en cambio, puede conducir al disimulo, aprobación y admisión de hechos ilícitos (según conciencia de cada cual) sin consentirlos expresamente.

Por ello y porque la persona es lo más importante en cuanto a responsabilidad y trascendencia de sus actos; el respeto, la firmeza, el diálogo, la educación y el espíritu abierto, deben prevalecer sobre la tolerancia o la intolerancia. Todo lo demás conduce a posibles posturas violentas, intransigentes o equivocadas. En esos términos se expresaba Fernando Arrabal al decir: “Los fanatismos que más debemos temer son aquellos que pueden confundirse con la tolerancia”.
n efecto, la tolerancia no nos puede llevar siempre a admitir y consentir, por sistema, el mal; a disimular las ideas o cosas que son ilícitas, ni a consentirlas expresamente. Otra cosa es el respeto y consideración que debe haber hacia las opiniones o prácticas de los demás, aunque repugnen las nuestras. No obstante, todo no es válido, todo en el ser humano no es lícitamente ilimitado. Todo tiene un límite en el que las conciencias nos dictan lo que no debemos rebasar y la tolerancia también lo tiene.
La tolerancia
La tolerancia